Un Muchacho
Un hombre solo. Se sentó al pie del ventanal. Pidió un café. Abrió el portafolio, sacó un libro pequeño. Lo colocó sobre el mantel de papel del viejo bar. Deslizó el café hacia delante, casi a la distancia de un brazo. Continuó leyendo el pequeño libro. Tomó el café, pagó la cuenta y se fue.
Otro hombre. Solitario también. Se sentó en la barra. Pidió un cortado. Retiró un libro de su impermeable, lo abrió, tomó el café, pagó y se fue.
Se abrió la puerta del costado del viejo bar. Entró un joven. Un muchacho. Remera, jeans, zapatillas, libros en mano. Nada fuera de lo común, un usual muchacho. Se sentó bajo el marco de un recorte de diario. Un ignorado recorte de diario. Apoyó los libros sobre la mesa. Pidió un jugo. Entre el tiempo del camino del mozo hacia la barra y desde allí hasta la mesa, leyó el recorte de diario. Abrió uno de los libros en la última página. Tomó un lápiz. Miró nuevamente el recorte, sonrió y escribió en el libro. Apartó este libro del resto. Saludó discretamente al tano y se fue.
Se me acercó el mozo, le pagué. Le debía el café y el tostado de la semana pasada. El mozo me conoce, vengo todos los martes. Tengo veinte minutos, entre que salgo del trabajo y me tomo el tren. A veces, en vez del tostado pido dos medialunas, pero solo cuando el tano me dice que son frescas, del mediodía, están casi frescas. Saludé al tano desde la puerta y me fui hacia el tren.
En el vagón, el mismo de siempre, el cuarto. El primero es el más peligroso y el último se mueve demasiado, el cuarto está bien. Estaba el muchacho, apoyado sobre la ventanilla del tren. Leía uno de esos libros. Se quedó dormido. Sexta estación, me bajé y me fui a casa.
Hoy, el tano, me recomendó las medialunas, le pedí dos y un café, doble esta vez. Entró un señor, pidió un café, sacó un libro, pagó y se fue.
Volvió el muchacho. Sonreía, como siempre. Le entregó al tano un cuadrito, lo saludó y se fue. El tano colgó ese cuadrito al costado del olvidado recorte.
Cuando el tano me trajo la cuenta le pregunté sobre aquel muchacho, le conté que estaba el otro día en el tren, que seguía leyendo el mismo libro que leen todos lo que entran al bar por primera vez. El tano se sonrió, me contó que aquel muchacho era su hijo, que vendía sus libros en la estación. Es poeta.
lunes, 23 de abril de 2007
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2 comentarios:
muy bueno! me gustó leerte.
que tengas un buen fin de semana!
Gracias y sobretodo gracias por ser la primera en comentar algo.
Saludos
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