miércoles, 30 de mayo de 2007

Versificando el tiempo

Sin títulos (ni hora)

Oculta a mi mirada
Crees que mis ojos
no te encuentran.
No te rindas,
Tal vez te olvide
Alguna tarde.

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“Instrucción primera
no cerrar los ojos”
Mario Benedetti


Probemos al revés:
Sin temor
Cerrá los ojos,
Los dos al mismo tiempo.
Soltá las manos,
No cruces los dedos.
Al costado de tu cuerpo
Colocá ambos brazos.
Ponte de pie,
Da solamente dos pasos.
Oye caer el agua,
No te detengas
en ningún otro sonido.
Daría lo que fuera
Por saber que estás pensando.

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Disfrazó su angustia de piedad.
Y arrodillado frente a su desgracia
Vio al temor llorar sin consuelo
Implorando perdón por haberlo retenido.

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Renunció al amor
Deshojado de esperanza
Durmió a su lado
El invierno de la fe
“Hasta mañana vida mía”
Hoy juré no amarte.

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Cuando muera el poeta
De palabras dulces,
Y el hombre
De lágrimas y miedos
Despierte entre versos
A gritar su amor,
Te encontrarás tan lejos
Que moriré con él.

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El silencio se adueñó de mí
Te tuve enfrente y ni te hablé.
Sonreíste, diste la vuelta
Y huiste de mí para siempre,
Jamás sabremos si fue amor.

miércoles, 23 de mayo de 2007

Ida y vuelta

Sentido

Un circo de dudas
Escolta la ceremonia
Un ritual absurdo
Apadrina la tristeza
Una historia simple
Comienza a derrumbarse

Soledad

Soñó en silencio
Un despertador humano
Una voz suave
Le acarició el recuerdo

Con los ojos cerrados
Abrazó a la almohada
Y de un manotazo
Apagó la radio.

Locura fascinante

“Locura fascinante”. Ése fue el alegato. Un típico juzgado: un abogado, un fiscal, el jurado y un viejo juez. Los cargos: triple homicidio; secretaria, ama de llaves y chofer.
Él juraba haberlo hecho. Dijo que fue fascinante clavarle el plumero en el estómago, arrancarle los frenos y explotarle un monitor en la cabeza. Dijo que por primera vez se sintió feliz. Sin chofer ni sin secretaria ni ama de llaves. No le importaba la sentencia, él… era libre.

martes, 15 de mayo de 2007

Sin repetir y sin soplar...

Mi jaula

Está la puerta abierta. ¿Me habré quedado solo otra vez? La casa tiene ese silencio de ansiedad. ¿Salgo o me quedo en la seguridad de mi jaula? Acá no corro peligro, me alimentan todos los días, juegan conmigo, me hacen caricias. Acá mando yo.
Bueno, vamos poco a poco. Primero voy a salir a este cuarto donde una vez hubo un amor en donde se entregaron todo, en cuerpo y alma. Aun recuerdo la cara de alegría de los dos, la pasión con la que se amaron, cuidándose el uno al otro en cada momento, con ningún beso de sobra y con las caricias justas. Nada estuvo de más. ¿Qué habrá pasados con ellos dos? Nunca los volví a ver. Una vez creo que la vi a ella, pero no estoy seguro. Igual, esto es algo que no me incumbe. Yo sólo fui testigo de aquel amor tan puro y de ellos nada más. Estaban solos y muy bien acompañados, no necesitaban nada más que su cariño y su amor. Cómo se los extraña. Nunca brilló tanto esta casa, como cuando estaban ellos. Tenían tanta alegría, que resultaba contagiosa. A veces pienso en ellos.
Ya me estoy animando cada vez más, ahora estoy a punto de cruzar la puerta que da a ese pasillo oscuro. Tengo miedo. Pero una vez escuché que valiente no es aquel que no lo tiene, sino el que lo enfrenta. No es que me crea valiente, sino curioso.
¿Qué será esta puerta? Nunca estuve aquí. Por suerte está entreabierta y puedo pasar del otro lado. Si creía que el pasillo estaba oscuro, fue porque no conocía esta parte. Creo que es una escalera. Sí, es una escalera. ¿Qué será este lugar? Debe ser eso a los que los niños le tienen tanto miedo. Debe ser el altillo. Que tristeza hay en este lugar. En el aire huele a soledad. Huele como a cosas viejas, olvidadas. Como si alguien hubiese guardado su pasado acá. Para que nadie se entere de las cosas que alguna vez hizo o aquellas que quiso hacer y no pudo. ¿Por qué es tan triste este lugar? Con razón le tienen miedo los niños. Acá hay mucha tristeza y olvido, los niños son alegres y memoriosos. Ellos son puros, no tienen nada más que esconder que sus manos embarradas o algún caramelo. Ellos no pueden esconder nada, sus sonrisas los venden. Son como un libro abierto. Ojalá todos fuésemos como ellos. Cuando uno va envejeciendo, aprende a mentir. Conoce el dolor de verdad, el del alma, se irrita fácilmente, es rencoroso, le cuesta perdonar, aceptar sus errores y equivocaciones. Los niños son buenos, traviesos, pero buenos.
Ya estoy de vuelta en el pasillo. No aguantaba más la soledad. No se imaginan lo alegre que es este silencio comparado con el de aquel horrible sitio. El pasillo es el camino a algún lugar, lo otro… olvido.
Que frío es este piso. Debo estar en la cocina. Si, es la cocina. El olor a madre me lo dice. Olor a amor eterno. Aquel que todo lo perdona. Aquel que mirando a los ojos sabe perfectamente lo que pasa, sin dejarte decir palabra alguna.
Recuerdo la última vez que me había escapado de mi jaula, fue por otra razón muy distinta a la de hoy. Hoy fue por el silencio, la otra vez por las risas. Nunca había escuchado a nadie reír tan fuerte y tan sincero, no eran de esas risas en las cuales se esconden lagrimas, sino verdaderas. Recuerdo que cuando entré acá, a la cocina, estaba el piso blanco, lleno de harina y la mamá con sus hijos cocinando para el papá. Era todo un desorden. Pero no les importaba, eran felices. No era como hoy. Hoy solo hay tierra de abandono y frío de rencor. Vuelvo al pasillo, aquel lugar tiene mucha melancolía. Triste y dulce melancolía.
Ya estoy llegando al final. Cruzo la puerta del comedor y veo platos en la mesa, pero no cuatro como siempre, sino tres y una silla en un lugar que no debería estar, como si alguien la hubiese sacado de su sitio y puesto en un rincón, como sabiendo que ese lugar nunca volverá a estar ocupado. Como si hubiese un ausente en la mesa familiar. Otra de las sillas está más alejada de la mesa, como si alguien se hubiese apoyado a llorar sobre el mantel. Junto a esa silla hay otra más cerca, con la distancia exacta de un brazo, un brazo de consuelo y contenedor. Parece que no estaba solo mientras lloraba, sino que tenía quien lo consolaba, tenía a alguien que lo amaba muy cerca, que le tiró una mano de cariño, diciéndole que no está solo en esto, que es algo que hay que superar todos juntos. Que tenga fe, que juntos no van a ser derrotados por la tristeza, que todavía queda mucho por que vivir y luchar. Cuanto dolor hay acá. Dolor innecesario, injusto, sin sentido. Que feo es sentirse abandonado, olvidado, solo.
Me voy de ahí buscando algún sitio que tenga alegría de verdad. Camino por el pasillo, entro a un baño, a otro cuarto, en todos hay a rastros de lágrimas y gritos de porqué.
Nunca debí haber salido de mi jaula.